martes, 16 de marzo de 2010


Esta es la historia de Benjamín. El es un duende, un duende verde. ÉL vivía en el subconsciente de un político, pero un día lo soñó y se escapó. Ahora vaga por el mundo.

Benjamín no conoce mucho de la vida y menos de las personas. No sabe muy bien lo que es bueno y lo que es malo (vivía en el subconsciente de un político).

Lo primero que hizo al salir del sueño –que por cierto no era muy interesante- fue sentarse sobre el techo de la casa y ver el amanecer. Muchas veces había oído hablar del Sol, pero no lo conocía. Aquel día de su primer amanecer se enamoró de esta vida y comenzó a recorrer el mundo.

Cuando salió a la calle vio a un pequeño grupo de niños del jardín infantil, que iban de paseo. Comenzó a recordar muchas cosas, tanto tiempo había pasado encerrado en el subconsciente del hombre mayor que ya se le había olvidado lo que era la infancia; las caritas de los niños sonrientes, la energía de sus movimientos, la inocencia en sus miradas y la ternura en su corazón eran cosas realmente maravillosas, y el Duende Benjamín lo vio y lo supo apreciar.

El Duende Benjamín no quería estar tan solo en la ciudad. Recordaba que de pequeño el político salía de vacaciones a algo que llamaban “campo” y que era realmente hermoso, se acordaba un poco del camino, pero el político se había cambiado tantas veces de casa y de ciudad que ya no tenía noción del lugar, así que no pudo llegar, entonces se le ocurrió una idea: cruzar el ancho océano y visitar otros países: presenció la majestuosidad del Everest, se impresionó por la imponente muralla China, se maravilló con el Taj Mahal, se regocijó con la belleza del Los Pirineos. En África quedó deslumbrado por la sabana que cubría el lugar y la rica flora y fauna que albergaba. También se conmovió con la hermosura de la selva amazónica y las muchas tribus de indígenas invisibles que rondaban la zona. Así iba, hasta que llegó a la Cordillera de los Andes y sintió rabia, entonces se dijo (en su lenguaje de duende):

-Con un mundo tan hermoso ¿Por qué el político en el que habitaba vivía sumido en un mundo de amargura?

No encontró respuesta alguna, así que siguió recorriendo.

Al llegar a un pequeño pueblo conoció a una niña, que curiosamente lo saludó. Durante mucho tiempo, nadie había hablado con él, y que la saludara le extrañó mucho. La niña se le acercó y empezó a hablarle, él al comienzo sintió un poco de desconfianza, pero ya pasado el tiempo, se fue soltando. Con el paso de los días se hicieron grandes amigos, salían juntos a todos lados, Benjamín se sentía realmente maravillado, ahora sabía que la vida era realmente buena. Había descubierto la amistad, era lo que más le gustaba en esta vida, el conocer a la pequeña lo había llenado mucho internamente, sabía que podía contar con ella para todo, que podía confiar, que si necesitaba algo, ella estaría allí, que ya no estaría solo en este mundo, sino que estaría con su amiga, que lo había acogido muy bien y le había enseñado muchas cosas en el transcurso de los días. Benjamín estaba viviendo en un calcetín en la habitación de la niña. Ella le llevaba jengibre y hojas frescas en la mañana, a la hora de almuerzo le daba frutos secos y a veces galletas y por la tarde, en la cena le ofrecía un poco de cereales. Andaban todo el día juntos, jugaban, recorrían muchos lugares y se contaban secretos, aunque Benjamín no tenía mucho que contar, ya que con tantos años encerrado, se había privado de muchas buenas experiencias.

Benjamín compartió muchas cosas bellas con aquella niña. Todas las mañanas, luego de desayunar salían a caminar y exploraban por diferentes lugares del pueblo, Benjamín conoció mucha gente, y cada día aprendía algo nuevo. La niña le enseñó a leer y todas las tardes, mientras el sol se escondía, las pasaban leyendo cuentos e historietas.

Pero todo lo bueno tiene su fin. Hubo un día en que la niña ya no pudo seguir más con él. Cada día pasaban menos tiempo juntos y compartían menos experiencias, ella tenía tiempo para muchas otras cosas, pero ya casi nada para él. Estaba sucediendo exactamente lo mismo que le había sucedido con el político cuando el era apenas un niño. Estaba creciendo, y la niña lo estaba olvidando. Pasaron varios días -o quizás poco, el tiempo no se le da muy bien a Benjamín- y cuando él intentaba hablarle, ella casi ya no lo escuchaba, y de a poco fue dejándolo y dejándolo, hasta no notarlo más. Benjamín de nuevo estaba solo, ya no había más que hacer. Así que tomó el poco equipaje que tenía y se fue, en busca de otro lugar. Por lo menos ahora nadie lo encerraría.

El Duende Benjamín siguió viajando, anduvo por toda parte en donde soplara el viento, estuvo en cada gota de lluvia y caminó por cada grano de arena, hasta que volvió a pisar otro pequeño pueblo. Ahí lo encontré yo. Nunca se me han dado bien esto de las relaciones sociales con los duendes, así que cuando lo vi ni siquiera lo saludé, él fue el que se acercó a hablarme, y me contó su historia. Así que si tú lector, dudas de algo de lo que he contado, quiero que sepas que lo que has leído ha salido de los propios labios de Benjamín. Aquella tarde la pasamos juntos y nos hicimos grandes amigos. Yo sabía que no podría ser amiga de él, porque al igual que la niña con la que había compartido, yo también estaba creciendo, así que para no hacerle ilusiones, le dije que sería su amiga el tiempo que pudiera, pero que lo ayudaría a encontrar un hogar en que siempre estuvieran dispuestos a escucharlos y nadie lo olvidara.

A mi me quedaban pocos meseS para cumplir los 12 años, así que decidimos poner manos a la obra y encontrarle un hogar. Fuimos al bosque, vimos conejos, ardillas, pero no era lo suyo, tenían ciertas diferencias y no compartían ciertos gustos. Fuimos a una colonia de hormigas pero tampoco era lo suyo. Al ir al arroyo encontró que era un lugar demasiado húmedo, y la alcantarilla, antihigiénica. Intentamos con los árboles de la plaza, pero tenía problemas con las aves. Nunca pensé que sería tan difícil encontrarle un hogar a un duende, estuve a punto de perder la esperanza. Así que un día decidimos ir a probar suerte por separado, yo recorrí todo el pueblo, ¿y si vivía dentro de un zapato?, no eso era un poco incómodo y sofocante, ¿y dentro de una jaula? Demasiado angustiante, ¿al aire libre? Muy peligroso. Estuve todo el día dándole vuelta a la idea en mi cabeza. Ya quedaba una semana para mi cumpleaños y mi imaginación iba menguando, si mis 12 años llegaban sin haber encontrado hogar para Benjamín, él nuevamente estaría solo en el mundo, y yo no quería tal cosa para mi pequeño amigo. En eso estaba cuando él llegó agitado, corriendo hacia mí y con una gran sonrisa en la cara, supuse que sería algo bueno, me acerqué a él y lo tomé entre mis manos. Él sí que traía una buena noticia, no sólo había encontrado un hogar, sino también un empleo. De camino por el bosque había dado con una caravana de duendes que se dirigían a la ciudad, eran “Los Duendes Traviesos” y le ofrecieron un lugar en su caravana a Benjamín, no le pedían nada a cambio para que fuese con ellos y hasta le invitaron a trabajar. Era un trabajo sencillo, sólo debía entrar a la casa de las personas, y mover las llaves, los cigarrillos, el control remoto u otras cosas que la gente usa, no esconderlos, tan solo cambiarlos de lugar. Ellos iban en grupo, dedicaban unas cuantas semanas a una casa, cuando la gente daba un atisbo de histeria, abandonaban la casa e iban a otra a hacer sus travesuras. Y no sólo de eso se trataba, cuando en la casa había niños, enlazaban algún tipo de amistad y la cosa era más entretenida. Y si tenían perro mejor aún. Yo podía ver la felicidad en la cara de Benjamín. Nunca había estado con otros como él, y se notaba que lo estaba disfrutando, me daba pena dejarlo, pero sabía que conmigo no estaría mejor, así que le di un dedal para que guardara un par de cosas, le empaqué algunas hojas frescas y frutos secos, lo abracé suavemente, y lo despedí, lo vi alejarse por el camino y perderse a través del bosque. Él dijo que no importa que yo ya no lo recordara luego de mis 12 años, él de todos modos me escribiría, como fuese, para contarme lo que haría y enviarme sus saludos.

Llegó la víspera de mi cumpleaños, yo de a poco dejaba de ser una niña, pero me sentía exactamente igual, me acosté en mi cama y me quedé dormida pensando en el pequeño duendecillo que tanto me había alegrado los últimos meses. A la mañana siguiente me despertó mi familia y en la tarde celebramos mi cumpleaños con unos cuantos niños del pueblo, no había recordado a Benjamín en todo el día, pero al llegar la noche, cuando me estaba por quedar dormida, sentí un bultito en mi almohada, era una almendra. Entonces me eché a llorar, recordé a Benjamín y lo bien que lo habíamos pasado juntos, me di cuenta que no había olvidado nada de lo que habíamos vivido y que no había razón para que el se hubiera ido. Hasta hoy día recuerdo todo a la perfección.

Pasó una semana y yo seguía lamentando que el se hubiera ido, así estaba, en el patio de mi casa, echada en el pasto cuando una golondrina comienza a revolotear alrededor mío y me da una nota, una pequeña nota. Supe inmediatamente que era de Benjamín, que él había cumplido lo que al despedirse prometió. En la nota me decía:

Y si supieras lo muy bien que lo he pasado, estuvimos solo tres días en la primera casa, la madre era una maniática del orden, así que no nos sirvieron nuestras travesuras, pero en la casa que hemos llegado ahora se pasa realmente bien, vive un matrimonio con su hijo de cinco años, él nos ayuda cuando algo nos sale mal, su madre es muy dulce y cuando nosotros cambiamos de lugar alguna cosa, se empeña en buscarla hasta que la encuentra. Ella es muy buena jugando este juego. El padre se rinde fácilmente, y el niño tiene muy buenas ideas para nuestra empresa…

Así durante los mese siguientes me fueron llegando más cartas, en las que me contaba lo que hacía:

…OH! Y en esta casa tienen mascota, imagínate los geniales viajes en perro…

…Ahora también nos dedicamos a esconder relojes…

…No me gustan las casas con gatos, nos confunden con sus juguetes de hule…

...Ahora estamos trabajando vía aire. En los días soleados dibujamos con las nubes lo que se nos ocurra, así la gente se acuesta y adivina las figuras, yo no soy muy bueno, los perros me salen chuecos y los osos un poco deformes…

…Con mi grupo nos fuimos al bosque, estamos componiendo música con los grillos para cuando llegue la primavera…

…No te he podido escribir mucho últimamente, estamos muy ocupados con las ardillas, ayudándoles a recolectar nueces y bellotas…

…OH! Navidad fue agotador, ¿sabía que sí existe Santa Claus?...

Y así, cada vez se fueron haciendo menos seguidas y más cortas sus cartas. De seguro Benjamín se fue dando cuenta que no valía la pena escribirme si total yo no leería sus cartas, ya no era una niñita y no lo recordaría, no tenía la imaginación suficiente para pensar en él, así que un día decidió no escribirme más, y yo, noté su ausencia. Ojalá nunca hubiese dejado de escribirme porque yo, al contrario del político, de la niña y de muchos otros niños que existieron a los largo de sus más de trescientos años, nunca lo olvidé. Y hasta el día de hoy lo recuerdo. Por eso escribo esta historia, para publicarla, así, cuando Benjamín la vea, en alguna parte del mundo, sepa que yo aún lo recuerdo y vuelva a visitarme. Él sabe donde estoy y por eso nunca me he cambiado de casa, yo no sé ubicarlo, así que nunca pude escribirle y decirle cuánto lo echaba de menos.

Así que Benjamín, si lees esta historia, cuando sea, no importa la hora ni la fecha, sabes que puedes venir a visitarme, estaré esperándote con una rama de jengibre y hojas frescas.